Columna de opinión de la alumna del Diplomado de extensión Género y Violencia Carolina Guerra Arce
A días de los 45 años del golpe de estado en Chile, con la dictación libertades condicionales para personas privadas de libertad por haber cometido violaciones de DDHH acompañado de una polémica discusión sobre la función y objetividad del Museo de la Memoria, me veo en la necesidad de reflexionar sobre la actuación de nosotras las mujeres en el contexto de la dictadura cívico-militar que azoto a nuestro país, y de qué forma se nos violentó no solo como personas sino como género.
La violencia de género es considerada por las Naciones Unidas como “todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, inclusive amenazas de tales actos, la coacción o la privación de la libertad, tanto si se produce en la vida pública o privada”[i] . En la dictadura cívico-militar se violentó a las mujeres desde diferentes aristas del fenómeno de la violencia; como lo fue la violencia psicológica, física, sexual e inclusive económica. Decenas de mujeres fueron objeto de detenciones arbitrarias y llevadas a centro de detención y tortura, otras asesinadas a manos de agentes del estado, otras relegadas al exilio ya sea de manera personal o a consecuencia del exilio de su marido o familia, no hubo discriminación respecto a su edad ni condición, pues muchas de ellas eran menores de edad y/o se encontraban embarazadas. Aún peor las mujeres fueron objetos para reafirmar el poder de lo masculino sobre lo femenino, siendo tomadas como herramientas para torturar a sus esposos, hijos o padres por medio de violaciones y otro tipo de vejámenes del que los agentes del estado se valen por la condición de ser mujeres.
Tras el retorno a la democracia, el primer presidente electo Patricio Aylwin decreta una serie de conmutación de penas para presos políticos y comienza a trabajar en el campo de los Derechos Humanos, uno de los instrumentos emblemáticos en esta materia es informe sobre “verdad y reconciliación” más conocido como “informe Retting” el cual tiene por objeto establecer la gravedad de las violaciones de DDHH en el periodo de 1973 a 1990 pero este no hace mención a la violencia sobre las mujeres con toda sus letras, y es por esto que diferentes asociaciones y las propias víctimas presionan para que dicha temática se consagre como lo que fue, violencia de género, es así como el año 2004 en el llamado “informe Valech” señala la violencia sexual como una de las formas más graves de la violencia contra las mujeres. El panorama a nivel internacional no es distinto puesto que recién en el año 2002 la Corte Penal Internacional señala “son crímenes de lesa humanidad violación, esclavitud sexual, prostitución, embarazo forzado, esterilización forzada o cualquier otra forma de violencia sexual de gravedad comparable”[ii]. De forma que las mujeres una vez más son parte invisible de la historia, pues también ha sido una lucha visibilizar las atrocidades cometidas a nuestras compañeras solo por el hecho de ser mujeres.
Si bien la violencia sexual fue una de las formas más atroces para violentar a las mujeres, hubo otra serie de actos de violencia del cual fueron objeto las mujeres en el periodo dictatorial. Hace pocos días me encontraba en una charla sobre “niñez y exilio” donde expuso una abogada de DDHH, la cual hablo del exilio en el contexto de dictadura, y planteaba como uno de los grandes problemas referentes al exilio, fue la situación de las mujeres, pues para esos años aún éramos consideradas “incapaces relativas” por lo cual se necesitaba la autorización del marido para poder salir del país, el problema es que muchos de sus maridos se encontraban ya en el exilio, o desaparecidos o en prisión político, por lo cual había que pedir autorización al juez del juzgado de menores quién a su arbitrio daba o negaba la autorización, lo que trajo como consecuencia la separación de familias, y la permanencia de mujeres en nuestro territorios que fueron expuestas a las más crueles torturas como es la violencia sexual.
Me preguntaba ¿por qué la importancia de tipificar y visibilizar este delito cómo especial o con carácter de género? dado que para muchos constituyen actos de tortura y la tortura ya está tipificada como tal, y a su vez ¿por qué el estado de derecho retornado y la sociedad demora tanto tiempo en reconocerlo?, he pensado y creo que la discusión radica en los conceptos de poder y cuerpos, y su estrecha relación, puesto que como señala Veena Das “Las violaciones inscritas en el cuerpo femenino (tanto de manera literal como figurativa) así como las formaciones discursivas en torno de esas violaciones, hicieron visible la imaginación de la nación como nación masculina”[iii] y efectivamente se instaura el poder mirado desde lo masculino donde los cuerpos y vidas de las mujeres se toman como herramientas de tortura propios y a terceros, pues muchas mujeres fueron violentadas sexualmente como mecanismo de tortura para sus parejas o maridos, usando sus cuerpos como objetos para el sufrimiento propio y de sus familias, re domesticando a muchas mujeres que irrumpen en los parámetros sociales impuesto que las relegaban a la esfera de lo privado y el trabajo doméstico para convertirse en sujetos políticos con ideales de emancipación.
Una vez más las mujeres cargamos con una doble herida, provocada por el dolor de la irrupción de la violencia en nuestra historia como sociedad pero con una herida más profunda por los atrocidades que se cometieron a las mujeres tan solo por el hecho de ser mujeres, apoderándose de sus vidas y cuerpos, obligándolas a la sobrevivencia donde la violación es una prueba de esta misma, puesto que en muchos de sus testimonios se recoge la resistencia a la muerte y la lucha por seguir viviendo, y así ha sido a lo largo de la historia en contexto de crisis, guerras y revoluciones, Veena Das nos señala “A través de las complejas transacciones entre el cuerpo y el lenguaje pudieron a la vez dar voz y mostrar el dolor que se les infringió y, así mismo, ofrecer testimonio del daño infligido a la totalidad del tejido social- la herida también se le inflige a la idea misma de que diferentes grupos puedan habitar juntos en el mundo.” [iv] en el contexto de la partición de la antigua Yugoslavia, pueden compararse con la situación de las mujeres en el contexto de la dictadura cívico-militar en nuestro país en cuanto al impacto que tienen las violencia ejercida sobre las mujeres. Tan profunda es el dolor de las víctimas que la gran mayoría tardo años en contarlo e incluso muchas prefirieron callar, dado que la violencia ejercida por el sistema patriarcal y el mundo masculino instaura los cuerpos femeninos como propiedad de la familia y el patriarcado, por lo cual muchas mujeres optaron por callar y otras que se relevaron contra la concepción establecida tuvieron que volver a resistir la violencia de sus propias parejas que repitiendo los parámetros e ideología imperante no lo comprendieron; también el pudor de exponer estos vejámenes acallo por décadas las atrocidades de la violencia político sexual.
Al alero de la imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad y la tipificación de la violencia sexual como delito de esa categoría es que se pudo accionar judicialmente para que los delitos fueran sancionados, así y todo fueron muy pocos los casos judicializados, en el informe Valech de un total de 3.399 declaraciones de mujeres, casi la totalidad afirma haber sido objeto de violencia sexual, y 316 mujeres afirman haber sido violadas reiteradamente por sus captores. Pese a esta dura realidad hay autores como Foucault que invisibilidad la violencia sexual como un delito que merece un especial tratamiento como un tipo de violencia hacia las mujeres, señalando “que la violación no debía penalizarse como violación, que se trata de simple violencia”[v] “que alguien le metan un puñetazo en el hocico, o el pene en el sexo no hay ninguna diferencia”[vi] con planteos que no solamente son reprochables desde mi punto de vista por invisibilizar la sociedad patriarcal imperante y la opresión y violencia hacia las mujeres, sino por reabrir una herida que es doble para nuestro género a nivel internacional, puesto que a mi parecer la razón de este tipo de violencia responde a mantener el mundo masculino y los roles asignados a las mujeres como sometimiento y sostén del patriarcado, dando a través de los cuerpos violentados sexualmente un duro mensaje para aquellas mujeres que salgan de la esfera de lo privado y comiencen a tomar posición como sujetos de derecho.
Por estas razones me parece que aún hay un largo camino que recorrer para reparar de alguna manera el daño infligido por la sociedad a las mujeres, y a su vez un largo camino para las mujeres en la lucha por su emancipación. Por esta razón a casi 45 años del golpe militar, la memoria es crucial para las luchas venideras por nuestra emancipación, ni olvido ni perdón.
[i] Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas 48/104, Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer, Naciones Unidad Derechos Humanos alto comisionado, 20 de Diciembre de 1993
[ii] Estatuto de Roma, artículo 7, letra g), 2002
[iii] Das V, el acto de presenciar. Violencia, conocimiento envenenado y subjetividad, Berkeley: University of California Press, 2000. 217p. La traducción al castellano incluida en este volumen fue realizada por Magdalena Olguin.
[iv] Das V, el acto de presenciar. Violencia, conocimiento envenenado y subjetividad, Berkeley: University of California Prees, 2000. 219p. La traducción al castellano incluida en este volumen fue realizada por Magdalena Olguin.
[v] Somnolencia de Foucault, violencia sexual, consentimiento y poder, el colegio de México, A.C distrito federal, México. Vol. XXVI (número 76) enero-abril del 2008.
[vi] Somnolencia de Foucault, violencia sexual, consentimiento y poder, el colegio de México, A.C distrito federal, México. Vol. XXVI (número 76) enero-abril del 2008.