Columnas de Opinión Estudiantes del Diplomado Género y Violencia – Política, Género y Políticas Públicas frente al Acoso Sexual

El Diplomado de Extensión Género y Violencia es un programa que comenzó a impartirse como Curso de Especialización el año 2010, debido al creciente interés por abordar ambas temáticas desde una perspectiva crítica e interdisciplinaria. El 2013, este curso se consagró en un Diplomado de Extensión, teniendo sólo 12 estudiantes. Este año (2016), 28 estudiantes de diferentes áreas profesionales cursan el diplomado, demostrando que la violencia analizada desde la perspectiva de género es una temática crucial para la transformación de la sociedad hacia relaciones éticas, igualitarias e inclusivas de género.

Como parte de sus actividades de evaluación, los y las estudiantes realizan trabajos escritos de análisis y reflexión crítica sobre los temas trabajados en clases. Esta semana publicaremos algunas de sus columnas de opinión, en donde reflexionaron en un tema de elección personal. 


Dirigente y Género.

Por Carola González

Como dice el informe monográfico Violencia de Genero en Chile, nuestro País ha firmado diversos tratados internacionales en los cuales se compromete a erradicar la violencia contra las mujeres y niñas en nuestro país, además de contar con un marco jurídico legal sobre prevención y sanción de la violencia doméstica, estos instrumentos han sido insuficientes para disminuir la violencia de género.

Comparto la visión del mismo informe en la que se señala que la política pública implementada por el Estado se concentra en la violencia intrafamiliar y no de manera más amplia hacia la violencia contra las mujeres, como lo han realizado otros países que han tenido notables avances en la materia, por otro lado también debemos considerar que en Chile hemos avanzado en términos de legislación y de crear castigos punitivos para quienes ejercen violencia de género, pero no hemos avanzado respecto de políticas públicas que permitan cambio de comportamiento en nuestra sociedad, donde disminuya el machismo, la naturalización de la violencia y un cambio de paradigma respecto de los patrones sociales de conducta adecuados para hombres y mujeres.

Creo que junto a lo anterior, el estado y las políticas públicas desarrolladas por éste no dan importancia a las organizaciones sociales y territoriales que se constituyen para trabajar en disminuir la violencia de género, para trabajar en la prevención y educación de las nuevas generaciones en cambiar la estructura patriarcal, disminuir el machismo y las acciones cotidianas que ejercen violencia y que hoy son aceptadas como normales.

El Sernam y el recién creado Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género, cuentan con políticas de ayuda destinadas a mujeres que sufren violencia, les entregan asesoría legal y protección, fomentan la creación de centros de la mujer y casas de acogida en los territorios, todas estas acciones están desarrolladas principalmente como reacciones frente a la violencia, en desmedro de políticas más amplias que tengan como principal objetivo un cambio de conducta de nuestra sociedad.

El estado no ha potenciado el trabajo mancomunado con estas organizaciones, no ha creado fondos concursables para que estas puedan desarrollar su labor preventiva, no han aprovechado el conocimiento y contacto con las demás mujeres y vecinos de cada territorio que estas organizaciones mantienen y que podrían ser un gran aporte al trabajo del área preventiva que desarrollan los centro de la mujeres en cada comuna.

Lo anterior puede tener su explicación en el estilo individualista y de desafección del trabajo con las organizaciones sociales que se estableció como la forma de desarrollar las políticas públicas, luego del retorno a la democracia, donde se desarticuló el tejido social que se había creado en las poblaciones, como forma de lucha y resistencia a la dictadura, donde se cortaron las ayudas internacionales a los sindicatos, a las juntas de vecinos y organizaciones sociales que trabajan activamente en los territorios con objetivos distintos y uno en común, volver a la democracia. Establecido está como este tejido social fue desarticulado en pos de lograr una estabilidad social que no pusiera en riesgo la feble democracia que venía naciendo.

En base en la primicia anterior las políticas públicas de nuestro país en general se enmarcan en la preocupación y apoyo de casos particulares, la entrega de bonos para individuos que reúnen ciertas condiciones, o en el caso de la violencia de género la entrega de protección y asesoría para quienes sufren de violencia, pero olvidan que el trabajo de prevención, el cambio de paradigma para las nuevas generaciones puede tener mucho más impacto y mejores resultados si se apoyaran en estas organizaciones, cuyos dirigentes trabajan de manera muy precaria en muchos casos, utilizando de sus propios recursos para costear sus actividades. Un claro ejemplo de lo que digo es que para las reuniones del COSOC nacional del Sernam, sus integrantes deben costear sus pasajes y estadías para viajar a Santiago (clara muestra del centralismo imperante en nuestro país) a las reuniones que se hacen cada tres meses. Las dirigentes de Arica, Iquique Concepción o Parinacota deben costear de sus propios recursos para poder asistir.

No existen fuentes de financiamiento gubernamentales para los dirigentes de estas organizaciones, no existen becas de estudio para que se perfeccionen, no hay una política que permita el desarrollo y fortalecimiento de organizaciones que traten y se preocupen de la violencia de género, a mi juicio no existe un puente que conecte el trabajo de estas organizaciones con el que deben realizar los organismos del estado, lo anterior dificulta el trabajo de ambos organismos, por un lado la labor de los dirigentes se hace cuesta arriba por la falta de recursos materiales y la del gobierno por la poca llegada que tienen en la población la cual le sería mucho más accesible si fueran al territorio acompañadas por las dirigentes sociales que conocen a sus vecinas y vecinos y que por lo mismo cuentan con una llegada distinta y confianza que los funcionarios públicos no tienen.

Sin duda, estos más de 35 años de implementación y administración del modelo neoliberal, han influenciado no solamente en términos económicos la relación e interacción del estado con sus ciudadanos, sino que también respecto de cómo se implementan las políticas públicas, las que mayoritariamente están pensadas orientadas y dirigidas en el individuo, en desmedro del apoyo y fortalecimiento del colectivo, de las organizaciones sociales y sus dirigentes, en una mirada a mi juicio errada, ya que tendríamos avances más rápidos y profundos respecto del cambio de conductas de lo que consideramos como violencia de género, si en forma complementarias a las políticas individuales el estado fortaleciera y alentara a las organizaciones que se preocupan de intervenir, en temas de género dentro de nuestros territorios y que sin duda tienen una influencia mayor y en menor tiempo que los organismos públicos, debido a su cercanía con los vecinos, a su conocimiento del territorio y a que desarrollan sus actividades en los horarios y días en que el resto de la población puede asistir, que son distintas a las jornadas laborales de los funcionarios públicos encargados de implementar las políticas de estado.


El patriarcado y las mujeres en la política.

Por Náyade Bobadilla

Dentro de la política chilena si bien no es tan frecuente ver a mujeres en la política, sí existen y de todas las edades, quienes deben enfrentarse a múltiples cuestionamientos y discriminaciones por el sólo hecho de ser mujeres, esto pasa tanto en la izquierda, centro y derecha. La opresión a la mujer -si bien puede variar en intensidad- está presente en todo el espectro politico.
Ahora bien, durante los últimos años hemos visto cómo diferentes dirigentas han surgido del movimiento estudiantil, quienes han hecho carne las demandas y han sido los rostros visibles de los y las miles de estudiantes a lo largo de todo Chile; demandas que van desde una educación gratuita hasta una educación no sexista.

Cabe preguntarse, entonces ¿por qué hacer hincapié en las dirigentas y no en los dirigentes? ¿Será acaso sexista partir una columna de opinión haciendo esta distinción? No. El patriarcado se manifiesta en múltiples formas en la sociedad, desde las actitudes más cotidianas como el famoso piropo en la calle (acoso callejero); brechas salariales entre hombres y mujeres por igual cargo e igual profesión (aumentando mucho más dicha brecha en la medida que se tienen postítulos); ver a la mujer como sinónimo de madre, como dueña de casa, como esposa; cómo son vistas las mujeres que se dedican a la política, quienes deben esforzarse mucho más para poder ganarse su espacio al ser juzgadas por su apariencia física y no por las capacidades intelectuales y de comunicación que posean, para poder expresar las demandas de una manera eficaz y con los argumentos suficientes para poder defenderlas frente la elite política, frente quienes prefieren el status quo y el gatopardismo, y frente a quienes son uno de los mayores perpetuadores y reproductores del patriarcado: los/as personeros del gobierno de turno y los/as legisladores. Es importante señalar que en este caso (y en la mayoría de los casos) las mujeres también funcionan como entes reproductoras del sistema patriarcal y económico, puesto que si bien pueden ignorar u omitir la opresión que sufren dentro de sus mismas coaliciones políticas, el mantener privilegios económicos genera un beneficio mayor que el intentar cambiar la forma de relaciones humanas, en el entendido que desde las políticas públicas y las leyes es donde se pueden comenzar a generar los mayores cambios: primero, instalando la temática en la discusión nacional de tal forma que se problematice y se visualice, para así ir transformando la cultura hegemónica en conjunto con los movimientos sociales y la sociedad en general. Pero no, las dirigentas sociales con el respaldo del movimiento deben además de intentar instalar las demandas en el programa y en el quehacer gubernamental, luchar en contra de las discriminaciones y trabas que las mismas mujeres de la institucionalidad (sin considerar la de los hombres, que es patente y predecible) les ponen en el desarrollo de sus labores.

Las mujeres que decidan el camino de las transformaciones sociales, o de la política independiente cual sea el sector, suelen adquirir dos formas de hacer política: por un lado, están las mujeres que, de acuerdo al estereotipo maternal, buscan potenciar ese lado de tal modo de generar confianza y seguridad a la cuidadanía; en el que, independiente de las propuestas concretas o de la coalición a la que pertenezca, pareciera bastar que tan sólo con unas palabras nos calmará y dudamos seriamente en que una mujer, que es madre y que nos trata como tal, pueda querer algo malo para sus hijos, en este caso la sociedad en su conjunto. Un ejemplo de esta forma de hacer política en base a estereotipos patriarcales es la actual presidenta de la república Michelle Bachelet, quien, a pesar de los bajos resultados en las encuestas, sigue generando esa sensación de protección. Ahora bien, por el lado contrario y bajo un sistema absolutamente binarista, está el tipo de mujer política masculinizada, una mujer a todas luces fuerte, que se impone al hablar, que no duda incluso en decir ciertos garabatos (que socialmente son mal vistos en las mujeres, puesto que no corresponde a cómo una dama se debe comportar), que trata de tú a tú a los demás sin algún tipo de cohibición y levanta la voz para hacerse escuchar, incluso sus expresiones pueden ser más toscas, más masculinas. Un ejemplo de esta segunda forma es representada principalmente por Evelyn Matthei, quien fue candidata a la presidencia de Chile, y que se expresa de una forma bastante disímil a la Michelle Bachelet.

Los dos ejemplos anteriores, son de mujeres ya resueltas en la política, con más edad y con un piso político que es otorgado por sus mismos partidos y alianzas políticas, quienes no son cuestionadas por cómo lucen, puesto que ya son mujeres de mayor edad y lo que importa no es cómo se vean sino por cómo pueden ser serviles a los intereses de la elite política. Ahora bien ¿por qué no ocurre lo mismo con las dirigentas sociales? Podemos poner como ejemplo a tres mujeres conocidas dentro del movimiento estudiantil: Camila Vallejo, Karol Cariola y Marta Matamala, las tres fueron presidentas de sus federaciones de estudiantes y dirigentas del movimiento. En el caso de ellas, no se aprecian las dos formas anteriormente mencionadas, ni masculinizadas ni con el rol de madre. Lo que puede ser atribuible principalmente a la edad, y al adultocentrismo existente en la sociedad, es decir, si son mujeres mayores que se dedican a la política, deben seguir alguno de los dos roles anteriores para inspirar confianza, pero no se les exige ni se les juzga por lo físico. No así en las dirigentas jóvenes, quienes además de exigirle los contenidos básicos para poder defender posturas, deben cumplir con los cánones de belleza, en el que si los cumplen o no son igualmente criticadas y cuestionadas: una mujer y además joven, imposible que tenga las capacidades, mejor escuchemos más a los dirigentes hombres, ellos sí saben de lo que están hablando, las mujeres están preocupadas de figurar en la televisión. Cosas como esas es muy común oír, debiendo dirigir la lucha contra el sistema desigual en el que vivimos, provocado por el sistema económico y además contra el sistema de relaciones sociales que bien se entiende con la mercancía.

Finalmente, no queda más que cuestionarse e intentar no seguir reproduciendo lo anterior, dejar de ver a las mujeres (más aún jóvenes) como objeto y comprenderlas como sujetos. Entender que no hay disciplinas exclusivas para hombres y otras exclusivas para las mujeres, y que aquellas que quieren dedicarse a una netamente “masculina” como la política, al masculinizarse no están contribuyendo a la lucha feminista, ni aquellas que utilizan los estereotipos de mujer tampoco. Sino que plantear la problemática a través de los medios que posean como bien lo han hecho las tres mujeres dirigentas mencionadas, para romper con los cánones de belleza sin masculinizarse puesto que también es parte del patriarcado, debemos ser como nos sintamos libres.


“Contra la violencia hacia las mujeres sople el pito”.

Por Lorena Vargas

El acoso sexual callejero es una violencia sutil y quizás por esto, la más normalizada de todas las violencias de género. El temor de ser violentadas sexualmente en este espacio resulta mayor en las mujeres que en los hombres. Y es que históricamente el cuerpo de las mujeres al ser expuesto en el espacio público lo convierte inmediatamente en mercancía libre de ser comentada, manoseada y violentada.

La lucha al desmitificar el “piropo” por las diferentes organizaciones civiles a nivel regional ha logrado visibilizar una de las tantas violencias que afecta principalmente a mujeres, vulnerando su derecho a transitar la ciudad en completa libertad. Según la última encuesta realizada por el Observatorio contra Acoso Callejero, 9 de cada 10 mujeres han sido víctimas de acoso en los últimos doce meses. El grupo más vulnerado es el de mujeres niñas y jóvenes quienes a muy temprana edad se ven acosadas camino a la escuela.

Pero ¿Quién no quiere escuchar un “piropo” de un hombre que reconoce y enaltece nuestra belleza? ¿Acaso no es por esta misma razón que nos arreglamos y vestimos de manera provocativa? ¿No es para ellos?

El acoso sexual al que estamos expuestas las mujeres se manifiesta de diferentes maneras: en miradas lascivas, expresiones alusivas a nuestros cuerpos, ser testigos de exhibiciones y tocamientos de genitales, ser manoseadas accidental o deliberadamente, ser fotografiadas y/o grabadas sin nuestro consentimiento, son algunas de las situaciones que debemos silenciar para no ser cuestionadas y avergonzadas en público. Y es que generalmente son las mujeres víctimas de acoso las responsables de “provocar” a los varones de la comunidad.

En este sentido, muchas mujeres hemos desarrollado diferentes estrategias de autoprotección que limitan nuestra libertad y autonomía. Debemos cambiar rutas, salidas nocturnas y/o incluso nuestra vestimenta por temor a ser agredidas o acosadas en el espacio público. Y es que de pequeñas nos enseñaron que la calle es un lugar lleno de “peligros” para las mujeres. No es menor que nuestro mayor temor al frecuentarlo sea de ser violadas. Las reglas conductuales que nos han permitido transitarlo son fáciles: NUNCA solas SIEMPRE en compañía.

En Ciudad de México, se han desarrollado diferentes medidas para luchar contra el acoso sexual en el trasporte público, específicamente en el metro. Sin embargo, ni la segregación por sexo en los vagones ni mucho menos los silbatos, han logrado disminuir la sensación de inseguridad que viven cientos de mujeres que viajan a diario en este medio de trasporte. ¿Acaso las mujeres debemos recluirnos para no ser violentadas? ¿Qué sucede cuando una mujer no trae consigo el “pito”? ¿Es responsable ella de su seguridad?

Sin lugar a dudas que estas medidas han sido poco asertivas, ya que no responden de manera efectiva a una problemática que más bien se sitúa en las relaciones de desigualdad de poder en donde las víctimas son mujeres y otros grupos de discriminación. A esto se suma que estas medidas solo funcionan en horario punta, por tanto, las mujeres siguen vulneradas en estos vagones el resto del día. Por otra parte, la entrega de estos silbatos no produce necesariamente una sensación de seguridad en las mujeres ni mucho menos de “ahuyentar” al posible acosador. Las mujeres no se sienten más “empoderadas” por portar un silbato de color rosa, que por lo demás sigue reproduciendo estereotipos de género, ya que pretende que sean los varones “heroicos” quienes vengan a nuestro recate.

Por otra parte, el miedo a circular libremente en la ciudad puede tener repercusiones en la autoestima de las mujeres ya que obstaculiza su participación en la vida social y política de la comunidad. La falta de confianza en nosotras mismas, genera esta doble dependencia al frecuentar la ciudad siempre en compañía de un adulto, lo que evidencia esta percepción de un mundo exterior amenazante y peligroso para nosotras.

Estas medidas que son implementadas por los Gobiernos locales pueden incrementar la sensación de inseguridad y la desprotección del cual somos víctimas las mujeres en el espacio público. Además de ser medidas discriminatorias contra otros grupos sociales que también pueden agredidos en estos vagones, como las “otras” masculinidades que muchas veces prefieren subir al vagón de mujeres por su propia seguridad. Comprender la problemática del acoso sexual callejero de forma binaria, invisibiliza a otros grupos también violentados en su condición sexual.

La violencia de género, y particularmente el acoso callejero debe ser analizada desde una perspectiva comunitaria y no tan solo punitiva. Si bien es un gran avance la Ley sobre el Acoso Callejero en Chile, ya que ha logrado visibilizar una problemática social que afecta a cientos de mujeres. Debemos trabajar también en la comunidad masculina para que rechacen esta práctica entre sus pares, y con esto se vuelva una práctica menos frecuente entre ellos.


Silbatos entre silbidos (o la Segregación Femenina “Voluntaria”).

Por Claudia Santibáñez

La premisa lógica, básica, ante un ente vulnerable junto a un factor de riesgo es separarles ¿No? No hay que ser Albert Einstein para comprender que no hay que acercar el material inflamable al fuego ¿Verdad? Bien, el problema es cuando en lugar de objetos inanimados y reacciones químicas básicas, se trata de relaciones humanas.

México, es un país dónde, de acuerdo a las cifras oficiales, cada hora se cometen 68 delitos sexuales. Dónde, de acuerdo a las cifras oficiales, el 90% de los delitos sexuales no son denunciados, y dónde, de cada mil denuncias de delitos sexuales se consigna, a penas, a 10 agresores (un 1%) . Resulta imperativo buscar la implementación de medidas públicas en pos de la disminución de estas cifras; Si añadimos como dato que el 90% de las víctimas son mujeres, y que 9 de cada 10 agresores son hombres. Tenemos de inmediato a nuestro foco objetivo de protección así como el mayor factor de riesgo o peligro para el mismo. ¿Ahora, qué hacer?

A nuestra especie le ha tomado miles de años de evolución no ser el cocodrilo de Walt Disney World Resort que acabó comiéndose al pequeño vacacionante. Lo que vuelve al ser humano el peldaño más alto de la escalera evolutiva, en lugar de otro simple piso en ella: Ha sido su capacidad de crear lenguas y objetos, desarrollar ciencias, y descubrir universos entre otros. Por el perfeccionamiento de la cognición a través de elementos como el razonamiento y la racionalización.

De este modo, sin desconocer nuestra naturaleza animal, nos distinguimos de las demás especies en que somos conscientes de la debilidad que nos proporciona dicha condición. Y así, hemos subsistido gracias a nuestra comprensión y aprendizaje del medio, formando sociedades y culturas completas en base a estos conocimientos, y estableciendo normas sociales que lo permitieran.

Por ello, resulta irrisorio pensar que, teniendo 127 millones de habitantes, la mejor idea para enfrentar el problema del acoso fuese la implementación de carros aislados de metro y la entrega de silbatos color rosa a su población femenina.

Si bien, los carros de metro “exclusivos para mujeres y niños menores de 12 años”, son una medida que no nació originalmente en México. Lo alarmante es notar como se ha difundido ya casi con normalidad por otros países como Japón, Egipto, Brazil, Malasia, etc. Y peor aún, como busca implementarse en otros, como Argentina, e incluso se propuso en nuestro país el año 2011 por el Diputado UDI, Cristian Letelier.

Pero ¿De qué se tratan estos carros exclusivos y los silbatos rosados? El ‘carro exclusivo’ es una medida que busca evitar el acoso femenino en el transporte público, a través de la implementación de carros de metro que podrán ser utilizados únicamente por mujeres y menores de 12 años. De este modo, al impedir el contacto inter-géneros los hombres, principales agresores, no podrán acosar a las mujeres. Obviamente, la medida no busca limitar a las mujeres a que utilicen sólo los carros habilitados. Los carros no exclusivos son mixtos, al menos en el caso de México y en la implementación que se planea en Argentina. Así se distinguirá de inmediato a las mujeres que desean ser objeto del acoso masculino exponiéndose a la, socialmente anormal, existencia de presencias varoniles en el entorno (como mujeres que viajen con grupos donde también hayan hombres, mujeres que viajen con sus parejas, o niñas que viajen con sus padres, quienes por ser hombres no podrán utilizar el vagón para féminas). De sus congéneres más recatadas, quienes harán uso del carro exclusivo. Y quienes, por cierto, podrán ser libremente acosadas en el resto de sus situaciones de la vida cotidiana donde existan agresores que deseen hostigarlas.

Ahora, si las mujeres aún no desean ser acosadas en otros lugares públicos, en las demás situaciones de a vida cotidiana en que se ven obligadas a compartir espacios con hombres. México también ha implementado la posibilidad de “adquirir un silbato contra el acoso” el cual DEBE solicitarse en la Dirección Ejecutiva de Justicia Cívica. Porque un silbato cualquiera no serviría.

Además, no es que sólo se trate de una medida que incita a la sociedad a retroceder hacia la autotutela. Pero en una distinción, para nada sexista, el silbato anti-acoso para mujeres es de color rosa. Mientras el para los hombres, que quieran solicitarlo, es de color negro. Y su objetivo es: que su utilización en situaciones de acoso llame la atención del medio para que este actúe en virtud de las circunstancias. De más queda agregar, que aunque las cifras no apoyen esta teoría, se supone que las víctimas quieren hacer público y denunciar la situación de acoso. Por lo que, lo más natural, sería que lo primero en sus mentes ante estas situaciones, y bajo la perspectiva de poder realizarlo, sea la idea de sonar un silbato para llamar la atención.

Finalmente la educación parece estar sobrevalorada. Es mejor rendirse y aceptar el definitivo fracaso de la racionalidad. El humano al fin llegó al límite de su capacidad de entendimiento y aprendizaje. Lograr enseñarle a la población masculina, y a parte de la femenina, que las mujeres SON seres humanos, y que éste sólo hecho nos hace dignas de respeto, así como titulares de derechos y libertades, al igual que cualquier otra PERSONA. Acaba por considerarse, cada vez más, una utopía digna del mejor filósofo moderno.

Debemos comprender que estas medidas no buscan proteger a nadie, sino que atentan contra los principios y derechos de una sociedad civilizada occidental. Tratándose del mismísimo apartheid contra el género femenino, el carro exclusivo constituye el ghetto de la mujer. Luego de décadas de lucha por la liberación sexual y la equidad de género acabaremos por ‘darnos cuenta’ que los religiosos de medio oriente, y los seguidores de la sharia y la hadiz, estaban en lo correcto: la mujer es inferior a su contraparte masculina por lo que le debe obediencia, no tenemos los mismos derechos, son una causal de corrupción y una tentación. Así, para que el hombre no se sienta tentado, es mejor que nos compremos una burqa y esperemos a que nos cambien por unas algunas gallinas.

Si esta es la sociedad en que vivimos, no es de extrañarse que hoy Rosa Parks luchase por el simple derecho a salir tranquila de su casa.